Comencé a aprender español antes de mudarme a Colombia. La opción más popular en Moscú (la ciudad donde vivía en ese momento) era el Instituto Cervantes. Para ahorrar plata, decidí estudiar por mi cuenta el primer nivel ya que es bastante básico y no requiere tanto acompañamiento. Así que dediqué un par de meses a estudiar con el curso gratuito de la BBC, que se llama Mi vida loca.
Después de aprobar el examen de nivel, empecé las clases en el Instituto Cervantes. Tenía clases todos los sábados por cinco horas de 10 de la mañana a 3 de la tarde. Me gustaba mucho que en el instituto cambiaban de profesor en cada nivel: casi nunca nos asignaban el mismo docente dos veces seguidas. También teníamos profesores de todas las partes del mundo, lo que me parecía fantástico: así uno no se acostumbra a un solo acento y, además, tiene la oportunidad de conocer diferentes culturas y contextos. Lo comparo con un instituto muy similar de Francia, la Alianza Francesa, donde se enfocan casi exclusivamente en Francia.
Estudiaba en un grupo que tenía entre 10 y 20 estudiantes de edades y motivaciones. Podía hablar con mis compañeres, compartir ideas y motivarnos entre nosotres.
Después de llegar al nivel B1.2, me mudé a Bogotá, y de inmediato me di cuenta de que necesitaba subir de nivel con urgencia para poder tener la vida más completa. Fue entonces cuando conocí a mi profesora actual, Marcela.
Al principio seguimos una metodología muy parecida a la del Instituto Cervantes: en cada clase había un tema gramatical, ejercicios, tareas, etc. Eso me permitió llenar algunos vacíos que tenía en cuanto a reglas gramaticales. Más adelante, cambiamos la modalidad de la clase para enfocarme más en la producción escrita. Creo que esto fue clave para empezar a pensar directamente en español.
Para cada clase yo escribía un pequeño ensayo al estilo de una entrada de blog, sobre cualquier tema con el que no me sintiera segura o que quisiera reforzar. Podían ser temas como el transporte público, la comida o el trabajo (cosas que me ayudaban en la vida cotidiana), o también literatura, sueños e ideas en general que me permitían conectarme mejor con otras personas y tener conversaciones más naturales con mis amigos.
En paralelo, a veces teníamos clases en las que simplemente abríamos un diccionario visual en una página aleatoria e inventábamos frases con las palabras que aparecían para verlas en contexto. Discutíamos cuáles eran más universales, cuáles no se usaban tanto en Colombia, y buscábamos sus análogos en el español colombiano.
Durante estos ejercicios nos dimos cuenta de que, aunque ya conocía casi todas las reglas gramaticales del español, algunas seguían pareciéndome muy difíciles o poco intuitivas. Les tenía miedo, y por eso las evitaba. Así que encontramos un libro de ejercicios de nivel avanzado (C1-C2) y pasamos varios meses profundizando en cada regla, inventando ejemplos y tratando de iternalizarlas poco a poco.
Una vez terminamos con ese libro de gramática, pasamos a un nuevo formato de clases en enfoque en vocabulario. Aunque ya tenía un buen nivel de español y podía hablar de casi cualquier tema (no tenía problemas ni en el trabajo, ni en tiendas o bancos), no me sentía completamente cómoda con mi nivel. Me sentía un poco torpe, menos expresiva que en ruso, que es mi lengua materna. Mientras que en ruso puedo escoger una palabra más precisa o darle un tono específico a una frase, en español muchas veces uso la palabra más segura, la más común. Me pasa que a veces no uso una palabra más precisa para la situación por miedo a equivocarme y confundir o sin querer ofender a la persona con la que hablo. A veces siento que pierdo parte de mi personalidad por no poder expresarme de la forma que quiero.
*in Russian
Entonces, con Marcela comenzamos con una modalidad de lectura. Escogíamos textos escritos en un español más variado, no tan básico y que realmente me gustaran. Por ejemplo, artículos de Javier Ortiz Cassiani en El Malpensante o libros como La vorágine, La quinta puerta, La educación como práctica de libertad y *La tejedora de coronas* (que es el que estamos leyendo actualmente). Los leo en voz alta y, si encuentro una frase cuyo uso gramatical me confunde, hacemos una pausa para que Marcela me explique la regla y buscamos otros ejemplos similares. Si me sale una palabra que no conozco, Marcela me ayuda a clasificarla: si es común o no, si se usa en Colombia, si es antigua o pertenece a una jerga profesional (médica, jurídica, académica, religiosa, etc), si es una palabra muy poética o literaria y en qué contexto se puede usarla. También analizamos si tiene un sentido positivo, negativo o neutro y si es formal o informal.
Mis notas de vocabulario
Con las palabras que vale la pena aprender, intento inventar frases en mi contexto diario y Marcela me dece si las aplico bien o si suenan raras en ese contexto.
Así seguimos en este modo y estoy convencida de que el aprendizaje de un idioma es un proceso infinito. Me parece muy importante seguir estudiando constantemente si uno vive en ese idioma y quiere tener una vida más completa y poder expresarse con diferentes tonos y matices.
Referencias: